Buena suerte

Llevaba días muy enferma, con mucha fiebre, no conseguía mejorar, y un día llegó hasta su ventana una abubilla.
Miró dentro de la habitación y comenzó a golpear el cristal, muy despacio, se giraba, esperaba, y volvía a llamar. Se alejaba durante un rato y después regresaba.
Llegó por la mañana, permaneció durante todo el día y se quedó hasta la noche, cuando ya no podía verla, pero sí escucharla.

Esa noche soñó con pájaros y nubes, soñó con volar muy lejos, hasta las montañas cubiertas de nieve, soñó que se reía y jugaba, que no importaba nada más que la brillante luz del sol, que todo lo envolvía.

A la mañana siguiente, aunque apenas podía moverse, se levantó a abrir la ventana. Hacía mucho frío, así que volvió a la cama. La abubilla regresó y se quedó mirándola, entró en la habitación y se posó en la cómoda, junto a la ventana.
Estuvieron contemplándose como si no existiera nada más en el mundo.
Después volvió al alféizar de la ventana y con una última mirada se despidió, echando a volar.
Impulsada por su vuelo se levantó corriendo hasta la ventana, mirándo como subía hacia el cielo.

Sin saberlo había invitado a entrar al espíritu la buena suerte, y ese mismo día la fiebre desapareció, para siempre.

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