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Mostrando las entradas etiquetadas como Relatos

Casa Odil

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A los pies del árbol muerto está la pequeña silla de piedra. Es del tamaño adecuado para que se siente un niño que no supere los tres años. El tamaño justo para ella, de esa forma tiene un lugar en el que esperar, sin tener que vagar por el inmenso jardín. Y espera, espera que alguien descubra donde está su cuerpo y poder liberarse de la maldición. Porque todo aquel que está enterrado sin que nadie sepa de su existencia, está maldito.  Ha pasado mucho tiempo desde que él la enterró bajo la casa, no recuerda cuanto, en realidad no recuerda casi nada de lo que fue su corta vida. Recuerda a su madre, siempre triste desde que su padre las abandonó, recuerda que el hermano de su padre venía a visitarlos y a consolarla, recuerda la noche que escuchó gritos en la habitación de arriba y después el silencio. Ese silencio que se volvió denso como el aceite y burbujeaba a medida que él bajaba las escaleras y se dirigía al estudio donde se escondía. Pero la encontró, y con lágrimas...

Arepo y el Dios de las pequeñas cosas

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  Arepo construyó un humilde templo en su campo, unas pocas piedras desordenadas en el suelo. No esperaba nada, pero sin él saberlo, esa misma noche se instaló un Dios. A la semana siguiente, Arepo pasó delante del templo, cogió algunas de las piedras y las apiló formando un pequeño altar, y sobre él, quemó dos tallos de trigo. - Sería bueno que este templo lo habitara el Dios de la Cosecha y que este año fuera abundante, dijo Arepo. Miró la ceniza del trigo sobre el pequeño altar, carraspeó, se quitó el sombrero de paja, se rascó la cabeza y dijo, pensando que le hablaba a algún Dios imaginario, - Sé que no es mucho, en realidad es muy poco, porque muy poco es lo que tengo, pero haré lo que pueda. Me siento bien pensando que existe un Dios que cuida de mi. Al día siguiente dejó en el altar un par de higos y se sentó junto al templo a orar, y al siguiente día, le ofreció a su Dios un racimo de uvas. Mientras meditaba acerca de lo agradable que era creer q...

Ovoide y el amor eterno

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Con el tiempo había desarrollado una forma ovoide. Las extremidades se habían anquilosado y reducido de tamaño y salvo la cabeza, todo se integraba en lo que parecía una gigantesca croqueta de más de cien kilos. Tampoco parecía tan grave, ya no le dolían las piernas al levantarse porque no tenía que hacerlo, rodaba. No resultaba elegante, por supuesto, pero eso hacía tiempo que dejó de importarle. Tal vez desde que dejó de salir de casa, y sin testigos que dieran cuenta de su deterioro físico, las críticas a su estado de salud solo dependían de su propio criterio. Y siempre fue muy indulgente consigo misma. Sí tenía algún inconveniente con el vello que cubría su cuerpo. Lo que siempre había sido una pelusilla dorada, inapreciable y sutil, había dado paso a una tupida capa de pelo oscuro y robusto. Pero era inevitable, ningún método de depilación era efectivo, así que acabó asumiéndolo. Como también asumió la miríada de manchas y verrugas que adornaban cada centímetro de lo que fue, en ...

Cómprate un bosque

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Sobre una extensa pradera de fina hierba y diminutas flores amarillas, la anciana había ido sembrando una a una las semillas, una vez cada año, solo una semilla, en el día de su cumpleaños. Al cabo de más mil años, el bosque se extendía hasta donde sus ojos no alcanzaban a ver. Los árboles más longevos quedaban en el centro y desde allí se iban ordenando en una espiral que discurría hasta el lindero del bosque, donde se encontraban los retoños plantados en los últimos años. Aquella tarde el viento era recio, la lluvia empapaba la ropa de la anciana y sintió como el frio congelaba sus manos. Caminó dentro del bosque para encontrar algo de refugio, pero con la cautela de saber que de adentrarse demasiado, se perdería para siempre en él. Se dirigió por uno de los senderos que llegaban hasta el centro, primero pasó entre los árboles más jóvenes, después entre aquellos que había plantado unos cientos de años antes, pero aún podía ver el cielo sobre ella y continuó adelante, hasta llegar ...

Mr. Hyde

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El Señor Hyde se detuvo en seco. Parecía que el agujero de bala humeante que se dibujaba entre sus cejas lo sostuviera colgado, como un cuadro a una pared invisible. Armonía sostenía temblorosamente el revólver al final de su brazo, sentía que su mano había dejado de pertenecerle. El silencio tomaba forma en el humo del tabaco que espesaba el aire, llenando cada rincón del pub del Irlandés. Bajó lentamente el brazo y dejó caer el arma. El Señor Hyde continuaba en pie, desafiante, a pesar de que la vida estaba huyendo de sus ojos. Caos entró por la puerta del pub, haciendo gala de su nulo sentido de la oportunidad. El aire en el interior se movió lo suficiente para romper el equilibrio y el Señor Hyde cayó hacia delante, haciendo crujir cada una de las tablas de madera que recibieron su cuerpo.

The Royal Maple

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Para entrar tuvo que ir apartando muebles viejos y cajas polvorientas. Consiguió abrirse paso a través del desván poco a poco, hasta llegar a la ventana. La luz del sol traspasaba con dificultad la mugre que se había ido depositando en el cristal durante todos aquellos años. Abrió la ventana y respiró por fin el aire fresco de la mañana. Le parecía que había pasado una eternidad y en cierto modo así había sido, aunque ahora eso no importaba, no importaba cómo lo había conseguido, al menos por el momento. Lo único que importaba es que había conseguido volver. Se giró y echó un vistazo al desván, le iba a llevar mucho tiempo adecentarlo para convertirlo en su despacho, pero quedaría bien. El techo estaba cubierto de madera, dos grandes vigas en lo alto lo cruzaban de un extremo a otro, frente a la pared donde estaba la ventana se encontraba la escalera de madera que lo comunicaba con el piso de abajo y en otra de las paredes había una chimenea de piedra. Pondría su mesa...

La niebla

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Conducía entre una niebla densa y húmeda que mojaba el cristal. Faltaba una hora para que el sol despertara y no había nadie más por las calles de la urbanización. Se detuvo, bajó la ventanilla del coche y escuchó el silencio del invierno. Cuantas veces lo había escuchado y cuantas veces le había parecido completamente nuevo. Salió del coche y encendió un cigarro. Cerró la puerta y se apoyó en ella. Esperó pacientemente a que amaneciera.

Hyde Park

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El Señor Hyde caminaba tambaleándose directamente hacia ella, unos pasos más y conseguiría tocarla. Se mantuvo firme, mirándole, observando su ropa hecha jirones, viendo como la sangre se derramaba de sus heridas. Alzó su brazo derecho, sosteniendo con fuerza el revólver, la mano izquierda rodeó la muñeca y apuntó a la cabeza. Un disparo, dos, y el gigante cayó a sus pies. Rozó levemente la punta de su zapato. Dejó caer el revólver, se giró hacia la barra y apuró el último sorbo del martini. Recogió la gabardina del taburete, se la puso y caminó hacia la puerta, lentamente. El silencio era tenso, espeso, como la niebla de humo en la que el bar estaba envuelto. Se apartaron para dejarla pasar y alguien abrió la puerta. Salió a la calle y la lluvia comenzó a mojarle el cabello, el Doctor Jekyll la esperaba fuera, paciente, sabía que lo conseguiría. Abrió su paraguas y la abrazó, cobijándola en él.

Lágrimas de sangre

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En una profunda y lúgubre noche sin luna los Demonios ascendían lentamente al techo de la montaña. Subían en fila de tres, por un angosto pasadizo, entre brillantes y negros peñascos empapados de fina lluvia, iluminados por el fuego de las antorchas, susurrando un cántico sobrecogedor. Ocultos bajo las capuchas de las túnicas escondían los acartonados y ennegrecidos rostros, reflejo de sus almas, depravadas y malditas. Las manos entrelazadas sobre el pecho eran huesudas y ásperas, el olor, pestilente. Uno tras otro iban llegando y colocándose en círculo para dar paso al Ritual, y una vez éste terminara, los Ángeles caerían fulminados y acabarían al fin con cualquier rastro de bondad. Porque los Ángeles eran la esencia de la pureza y la bondad, bellos y majestuosos, la luz que emitían deslumbraba como la misma luz del sol. Los pocos Demonios que habían sobrevivido a su ataque los describían como gigantescos y musculosos cuerpos del color de la más pura nieve, cegadora, cubiertos de un f...

Todos esos momentos

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Abrió los ojos y reconoció la habitación. La botella de Moët estaba sobre la mesa, al fondo, junto a las dos copas. Así que finalmente acabaron aqui. No recordaba mucho más que una bruma llena de sensaciones y calor, de labios y gemidos, de sábanas ardientes y cuerpos desbordados por la pasión. Habían quedado a cenar en el restaurante del hotel de Las Letras para hablar del último libro que estaba escribiendo, y estaban acabando cuando se desató la tormenta, fue implacable, rios de agua se vertían sobre las calles, el espectáculo era sobrecogedor y nada invitaba a introducirse en él. Demoraron la despedida hasta que el cielo se abriera y decidieron tomar una última copa en el salón, pero el cielo se convirtió en firme cómplice de lo que sucedería y continuó impidiéndoles abandonar el hotel. Con el tiempo la conversación fue perdiéndose por los lugares más intimos y para cuando la lluvia dejó de golpear con fuerza las ventanas, ya sabían que no querían que la noche acabara. Comprendiero...

Irregular

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Gerry era incapaz de mantener la regularidad en nada de lo que hacía. Perdió sus anteriores empleos porque aunque se aplicaba con todo su esfuerzo en la tarea que se le encomendase, no conseguía hacerlo de forma continuada. Le pedían que repusiera los estantes de las conservas y cuando el encargado iba a revisar su tarea, Gerry ya no estaba, la estantería estaba medio vacía y Gerry andaba llevando las bolsas a una anciana a su automóvil, o se había dedicado a barrer el almacén, que seguro que necesitaba un repaso, pero no en ese preciso momento. "Prioridades, Gerry, prioridades ¿como te lo tengo que decir? así no vas a durar aqui, muchacho". Era un buen chaval y todos los que le despidieron de sus anteriores trabajos lo hicieron con una gran pena, que olvidaron al minuto siguiente. "El tiempo no espera a nadie Gerry, debes hacer lo que debes hacer y cuando debes hacerlo, lo demás no importa, si no, el momento pasa y no vuelve", recordaba las palabras de su madre com...

La inspiración

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La sala es gigantesca, las estanterías repletas de libros se ordenan una detrás de otra, no hay apenas luz, está atardeciendo y los últimos rayos del sol iluminan la bóveda central, a varios metros de altura. Se asoma temerosa por el arco de la entrada, el suave sonido cada vez se escucha más cerca, pero no sabe de donde procede. Agazapada sigue escuchando, mientras anochece. Al fin se decide a entrar sin hacer ruido y cuando la oscuridad inunda completamente la estancia, al fondo, en una de las mesas de lectura, puede distinguir una silueta que oculta tras de sí la tenue luz de una lámpara. Está sentado de espaldas, parece un anciano, se encorva sobre la mesa y sus movimientos son rítmicos. Está escribiendo. El sonido lo produce el golpeteo de sus dedos sobre las teclas de una máquina de escribir. No descansa, sus dedos acarician las teclas, cada palabra que escribe atraviesa el tiempo y el espacio y consigue que en alguna parte del mundo alguien sienta la necesidad de crear. Es el ma...

Inocencia

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- ¿Ves aquella luz? - ¿Donde? - Ven, incorporate un poco. Allí, ¿la ves?. - Si, ¿hace mucho que está?. - No lo sé, acabo de despertarme. Deberíamos ir. - Recuerda lo que ocurrió la última vez, cuando estábamos a punto de llegar se apagó y cada vez me siento más cansado. - Si, es verdad, pero ahora puede ser diferente. - ¿Por qué iba a ser diferente?, ¿sabes?, no creo que la luz signifique nada en realidad y cada vez que emprendemos camino hacia ella dejamos atrás todo lo que conocemos. Me parece que esta vez no iré contigo, te esperaré aqui, en la oscuridad, me acabaré acostumbrando, acabaré sintiéndome bien y creo que tú también podrías intentarlo. - Si, podría intentarlo. - Mira, aqui podemos construir algo para nosotros dos, olvidarnos de cómo eran las cosas y adaptarnos a la nueva situación. Si continuamos viajando sin saber a donde vamos ni por qué, no haremos más que agotarnos, y ya no nos quedan muchas fuerzas. Deberíamos quedarnos y olvidarnos de la luz. - Pero no puedo olvidar...

Feliz Navidad

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- ¿Se imagina que los deseos pudiesen conventirse en reales?, ¿qué desearía?. Me lo dijo sin apenas darle importancia. Ibamos sentados el uno al lado del otro, nos conocíamos sólo hacía unos minutos, desde que entré en el vagón del metro y me senté a su lado. Era un hombre mayor, tendría unos setenta años, los ojos azules como el cielo, el pelo ya completamente blanco. Vestía una cazadora roja, pantalones oscuros y botas de montaña. La barba le caía hasta el pecho y su aspecto era el de una persona pulcra y amable, sonriente. Habíamos hablado del tiempo, del frío que estaba haciendo, de lo tremendo que es ir por Madrid en estos días, llenos de gente yendo de un lado para otro, comprando regalos, encontrándose con los amigos, con los familiares, aprovechando este ambiente que invita a tratar de ser un poco mejor, aunque sea sólo por una vez al año. Al escuchar la pregunta le miré divertida, pensando qué es lo que más deseaba en ese momento, que me gustara que fuera realidad. Pensé en q...

Rosas negras

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Va a encontrarse con él en uno de los barrios marginales de la ciudad. Los bloques de pisos se amontonan sin sentido, dejando apenas espacio entre ellos para que se acumulen los cubos de basura. Casi es de noche y empieza a sentir miedo de que algo en ella la delate como ajena a este mundo olvidado, pero pasa desapercibida y consigue llegar al portal. Él vive en el último piso y cuando acaba de subir las escaleras siente que le falta la respiración. Llama a la puerta pero no hay respuesta. Se abre la puerta a su espalda y sale de ella una mujer con la que parece que la vida se ha ensañado con placer. Su pelo está arremolinado alrededor de su cabeza y le tapa prácticamente la cara, pero se puede adivinar el desprecio en su mirada. Abre su boca de forma que parece que sonríe: - Tiene que llamar más fuerte, el cabrón estará durmiendo, como siempre. Vuelve a llamar, con más fuerza y espera. - Si eso es todo lo fuerte que puede aporrear la puerta, le está haciendo ganar el dinero muy fácilm...

Oscar

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Amanda es la encargada de la limpieza del asilo del Ayuntamiento y la que cuida de Oscar, un gato apacible y tranquilo al que encontraron maullando en la puerta de la entrada. Durante el día, mientras está más ocupada, lo deja pasear libremente para que haga compañía a los ancianos, que lo acarician con mimo y de vez en cuando le echan miguitas de su comida. Por la noche, cuando ya sólo le queda limpiar el sótano, coge a su gatito para que la acompañe. Antes de que llegara Oscar, bajaba al sótano sola y no le importaba, salvo que ese día hubiera muerto alguien, porque entonces tenía que limpiar hasta el último rincón con el cadáver amortajado sobre una camilla, en el centro de la habitación. Hasta el día siguiente la funeraria no llegaba para llevárselo, y por mucho que se había quejado, desde la administración del asilo le habían asegurado que no había otro sitio donde dejarlo. Una noche, mientras estaba limpiando el sótano, con el cadáver detrás de ella, escuchó un ronroneo. Se dió l...

El Trébol

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La costumbre consistía en reunirse a tomar unas cervezas en los puntos de pliegue del espacio-tiempo. Al principio de los viajes en el tiempo estos puntos de reunión no existían como tales. La Agencia los tenía detectados pero en ellos no había lugares de reunión, lo que había era ni más ni menos que lo que existía en ese sitio y en ese tiempo. Podía ser un bosque, estar en mitad de un río, bajo el océano o a cientos de kilómetros del suelo. Con el tiempo se fueron construyendo en esos puntos unos locales, en los que los Agentes podían detenerse a charlar, a cambiar impresiones de sus viajes o sencillamente a tomarse algo entre salto y salto. El espacio-tiempo es un continuo formado por cuatro dimensiones. Tres de ellas son el espacio y una es el tiempo. Las tres que forman el espacio son la altura, la anchura y la profundidad, pero en realidad son tres aspectos de una misma dimensión. El tiempo es una dimensión diferente que está asociada al espacio de forma que son uno, sin ser...