En fin... el mar.

Demasiado buenas han sido las vacaciones como para no tener un pedazo de síndrome postvacacional que me atenaza la garganta.
Casi que hubiera preferido no saber qué es lo que me pierdo y seguir quemando días inmersa en rutinas absurdas, y no disfrutar como he disfrutado de todo este tiempo.

No es que se me haya hecho corto, es que he estado en otra dimensión y ésta en la que de nuevo aterrizo está ausente de oxígeno, de frescor, de vida y de ilusión.
Vale que me lo estoy tomando a la tremenda, pero es lo que hay.
Comprendo que volver al trabajo es un asco, se mire como se mire, pero parece que llevo lentes de aumento y percibo el asco con una nitidez extraordinaria.

Me lo he pasado tan bien, tan bien, que cada una de las células de mi cuerpo se resiste con todas sus fuerzas a zambullirse de nuevo en la realidad.

Hasta me ha costado un mundo llegar hasta el teclado para colorear el cristal, esto sí que es tocar fondo.

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