Pasear

Uno de los cambios que más estoy notando, desde que nos vinimos a vivir a la nueva casa, es que parece que no hago más que pasear.
Y es que esta ciudad invita a hacerlo, avenidas de grandes aceras, parques enormes cada par de manzanas, muy poco tráfico, en fin, una delicia.
Lo que al principio fue una imposición, porque Conan tenía que salir al menos tres veces al día para, digamos, cumplir con sus funciones corporales, al final ha acabado siendo un placer.

Me encanta vivir donde vivo, la casa está muy bien, nos sobra espacio, la urbanización es perfecta para la Reina, que ya ha hecho amiguitos, tenemos restaurantes, tiendas, el estanco, la farmacia, el banco, los chinos... y todo lo que te puede apetecer, a sólo cinco minuos andando, y eso, que puede parecer trivial, para nosotros que hemos estado aislados del mundo durante 15 años, no lo es.

Estamos viviendo, a cada minuto, una nueva experiencia, una nueva vida, y nos hacía falta el cambio, tanto como respirar.
Parece mentira como algo que te ha importado tanto, se puede echar tan poco de menos, como aquello por lo que has peleado durante tanto tiempo, ha dejado de ser no sólo importante, sino absurdo e ilógico.

Resultó muy dura la decisión de empaquetarlo todo y tomar un nuevo rumbo, fue como lanzarse al vacío, prescindir de la comodidad de las rutinas, de lo conocido, de los lugares que siempre han estado ahí, de las costumbres que no consigues distinguir de tu propio yo.

Pero lo hicimos, y asumiendo que nos podía ir muy mal, finalmente estamos sorprendiéndonos de lo fácil que ha sido, de la sensación de que juntos podemos hacer lo que nos propongamos, una vez más.

Siempre pensé que fue fácil emprender la aventura de compartir nuestra vida cuando teníamos veinte años menos, y el vigor de la juventud nos empujaba a conseguirlo todo, ahora sé que no era la juventud, sino la pasión por seguir juntos, siempre adelante.
Nunca dejaré de sorprenderme de lo poco que me conozco.

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